Las gestoras, como principales accionistas de las compañías en las que invierten, cada vez tienen más poder para forzar cambios en las estrategias de sostenibilidad de las empresas.

Los gigantes mundiales de la gestión de activos imponen a pasos agigantados su poder sobre la sostenibilidad de las empresas. Los grandes fondos internacionales aprovechan su figura como principales accionistas de las compañías para forzar cambios en sus estrategias con el objetivo de priorizar las políticas relacionadas con el medio ambiente.

El interés por los asuntos ESG (ambientales, sociales y de gobierno, según sus siglas en inglés) es una tendencia que se ha impuesto durante los últimos años entre los grandes inversores internacionales, conscientes de la necesidad de alinear los intereses de sus clientes con los activos en los que invierten. En este sentido, los fondos que guían sus inversiones estrictamente por estos criterios no dejan de crecer. De hecho, según un estudio reciente de la gestora de fondos francesa Natixis, alrededor del 72% de los inversores profesionales aplica ya criterios sostenibles a la hora de valorar una compañía antes de incluirla en cartera.

Las cifras hablan por sí solas. Solamente en los últimos 12 meses, los fondos de todo el mundo han sumado más de un billón de euros para destinar a ESG. El total de dinero disponible para invertir siguiendo criterios sostenibles ha marcado recientemente un nuevo máximo histórico: nada menos que 3,74 billones de euros en todo el mundo, según datos de la Asociación para los Mercados Financieros de Europa (AFME).

La igualdad, la responsabilidad de los directivos de las empresas o incluso las retribuciones de los consejeros marcan las decisiones en materia de ESG de los grandes fondos. Pero, sin duda, es la sostenibilidad de las empresas, el criterio que marca la agenda de las gestoras a la hora de votar en los consejos de las empresas de las que son accionistas. Y dentro de este apartado, la lucha contra el cambio climático se ha convertido en la prioridad número uno. Los inversores son conscientes de los efectos negativos del cambio climático y, en este sentido, esperan que las empresas mejoren su actuación en este terreno.

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